Barrios Chinos


Por alguna razón desconocida, lo que en todo el mundo se llama “Barrio Rojo” aquí se llama “Barrio Chino”. Quizá la razón nazca de que la característica laboriosidad sin horario de los hijos del “Celeste imperio”, se asemejara al habitual trabajo a destajo y sin horario laboral de las prostitutas, pero ahora, que llegaron por miles ciudadanos de esa nacionalidad, y surgen barrios poblados de auténticos chinos, deberíamos cambiar la denominación de las zonas de prostitución, por si pudieran sentirse ofendidos los laboriosos chinos. Claro que si pasamos a llamarlos “Barrios Rojos”, pueden comenzar a enfadarse los seguidores de Izquierda Unida, pues tampoco tiene nada que ver la Dictadura del Proletariado y el posterior advenimiento del Paraíso Socialista con el negocio del sexo.

Pese al inicio, este artículo no trata de denominaciones eufemísticas, sino de hechos reales. Qué es mejor, ¿tener diseminada la prostitución por toda la ciudad o concentrarla en determinados barrios?

Parece que hay consenso entre autoridades, ciudadanía, y los propios trabajadores del sexo, que es preferible concentrar esta actividad en un barrio determinado, que tenerla diseminada por toda la ciudad. El problema, no es ponerse de acuerdo en la norma, sino como llevarla a efecto. cómo reglamentar esta actividad y donde colocar esos barrios.

Los viejos feudos del sexo, como la Calle de la Ballesta de Madrid y el Raval de Barcelona, no son hoy lugares válidos, pues por un lado con el paso del tiempo se han desvirtuado al sustituir una buena parte de los habitantes de los antiguos tugurios, con emigrantes de todas las procedencias, faltos de dinero, pero mayoritariamente, sin el menor deseo de ejercer trabajos sexuales.

Por otra parte, la forma cómo se ejercerce hoy la prostitución también ha cambiado y donde antes se buscaban ambientes sórdidos y tabernario, hoy se buscan locales iluminados y brillantes, más próximos en su estética limpia y funcional de la consulta de un dentista, que al típico boudoir con chaise long entre polvorientos brocados, donde se solazaban nuestros abuelos.

Resulta que los barrios de calles estrechas y sombrías, de difícil acceso en automóvil, no son hoy el escenario adecuado para el negocio del sexo, que parece preferir el hotelito de las afueras rodeado de un cuidado jardín inglés y con aparcamiento privado. Como consecuencia, los burdeles han abandonado sus viejos y tradicionales recintos y se han diseminado por toda la ciudad, instalando las plastificadas saunas, y niquelados prostíbulos de neón, en los más modernos barrios de la ciudad, creando situaciones incómodas para los vecinos del edificio donde se instalan y para las mismas profesionales del amor, que sienten el rechazo del vecindario.

Pues si todos coincidimos en aceptar hoy en día, que la prostitución es inevitable, e incluso que es preferible reglamentarla y equipararla a cualquier otra actividad económica, a mantener la actividad clandestina, fuera de cualquier control legal y sanitario, nadie desea que tal actividad se lleve a cabo al lado de su domicilio.

Así pues como decía al comienzo del artículo, hay consenso en que lo mejor es que existan “Barrios Chinos” o “Rojos” o con queramos llamarlos, que concentren esta actividad sin molestias para nadie, ni ciudadanos de a pié, ni señoritas de la calle. El problema es, ¿quién es el que se atreve a marcar en un plano una zona de la ciudad para ejercer esta actividad? ¿Quién le pone el cascabel al gato?


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