Una casa para (casi) toda la vida. – Relato


Un relato de ficción que mezcla a dos personajes y una vivienda para obtener un hogar. Lo inmobiliario es aquí solo el telón de fondo. En escena, el tiempo, que con su paso, cambia y modifica por igual a los seres vivos y a los inertes.

Nada de interés para el negocio, solo un punto de meditación y reposo.

Hemos comprado, ¡por fin!, un adosado, la ilusión de mi vida, es pequeñito pero está muy bien aprovechado. En el bajo un garaje, y una bodega con buena ventilación al jardín.

En la planta baja, la cocina, un inmenso salón y un pequeño water para invitados debajo de la escalera. En la primera planta dos amplios dormitorios y un cuarto de baño y aun si queremos, hacemos una escalera y sacamos otro amplio dormitorio y un cuarto de baño más. El constructor ya lo ha dejado preparado para ello, pero no lo puede hacer oficialmente porque es ilegal, pero lo haremos luego, como todos los vecinos de la urbanización. De momento nos olvidamos de lo de arriba porque nos sobra casa. Hemos tirado los tabiques del segundo piso y nos hemos hecho una suite “de la muerte”.

Como pasa el tiempo, ¡ya cinco años! Han comenzado a llegar los hijos. Les hemos dejado nuestro dormitorio porque, aunque la cuna es pequeña, lo que ocupan el corralito, el cochecito y los juguetes. Nosotros nos fuimos a la buhardilla, hemos colocado dos Velux y por la noche desde la cama vemos un maravilloso cielo estrellado. Es muy romántico. Como debajo del tejado hace frío en invierno y calor en verano, hemos instalado un equipo inverse de aire acondicionado Hicimos un aseo con ducha y aprovechamos para llevar al desagüe, el agua que produce el equipo de acondicionado. Hicimos una buena mejora en la casa.

Los hijos crecen y eso se nota sobre todo en lo que ocupa la ropa. Por mucho que ocuparan los dodotis, nada comparable a lo que ocupan los anoracks, y el equipo de esquiar y el de yudo, también crecen las falditas, y los vaqueros. La ropa que no para de crecer en tamaño y cantidad y se le juntan raquetas y esquis. El otro día me dijo mi mujer, “¡Mira Manolo!, necesito un armario más para los niños, y podemos sacar un altillo en el pasillo”. No se me da bien el bricolaje, pero el altillo ha quedado muy aparente con las maderas que me cortaron a medida. De paso tiré un cable para llevar el teléfono a nuestro dormitorio y cambié la sonería del timbre de la puerta para que la oigamos desde arriba. En conjunto, poca cosa, la revisión de los 30.000 kilómetros de nuestro matrimonio.

Para podernos escapar de casa algún día por la noche, necesitamos echar mano de la suegra, la asistonta, que no puede ser que duerma en el sofá cama del salón, como hacen los parientes y amigotes cuando se me “acoplan” un par de días en sus pasos por Madrid. Así que volvimos a levantar un tabique dividiendo de nuevo el dormitorio de la segunda planta, Hemos hecho un dormitorio grande para los niños y otro pequeño que me servirá de despachito, para aislarme de la familia cuando no aguante más y para que mi suegra duerma de vez en cuando. Tras la correspondiente visita a la Costa del Mueble, hay una mesita con mi ordenador, un sofá cama y una lámpara, no cabe más, pero por fin tendré donde poder ordenar mi colección de monedas.

Crecieron los hijos, salieron de la infancia, y entraron en la adolescencia y luego en la edad del pavo. Hubo que buscar un dormitorio para cada uno y pronto me quedé sin despacho, pero no fue suficiente y hubo hacer para el mayor un sitio alejado donde se pudiera aislar, y también, ¿por qué no?, donde le podamos exilar cuando le den los ataques más insoportables de su complicada pubertad. Yo recuperé el despacho y el coche pagó el pato, en el garaje convenientemente insonorizado con embalajes de huevos, el mayor oye al más hortera de los conjuntos juveniles a todo trapo, mientras dice que estudia, mientras tanto la pequeña que es mas lista, se ha quedado con el mejor cuarto para ella sola, ya tiene un sitio donde hablar por teléfono con sus amigas sin espías.

Entraron en la universidad, uno se decide por arquitectura y la otra por medicina, hacen falta más y más metros de estantería, e instalar un par de ordenadores. Gracias a Dios se ha inventado el Wifi, me he ahorrado cablear la casa, y los portátiles, pues si no, no sé donde los podíamos haber colocado. Con todo, las impresoras, scáneres y toda la parafernalia digital ocupan un espacio, que es la reórdiga. He tenido que instalar unas estanterías en alto a lo largo del pasillo y unos tableros con caballetes, tanto en el sótano del chico, como en el dormitorio de la niña. Lo compré todo en Leroy Merlín.

Murió la abuela, los dos últimos años los pasó con nosotros en mi viejo despacho. La pobre, que tanto nos ayudo, lo que más la fastidiaba era ser una carga para su hija. Quiso que esparciéramos sus cenizas en nuestro jardín, a mi me parecía algo macabro, pero no me pude negar. Hice un hoyo profundo en un rincón soleado del patio, depositamos sus cenizas y encima plante un ciprés en su recuerdo.

La pobrecita murió pocos días antes de un fiestón que habíamos preparado para celebrar el pago de la última letra de la hipoteca. Claro está, no lo celebramos, pero como recuerdo del fin de la deuda quedo el cerramiento del porche con correderas de cristal., Era donde íbamos a celebra la fiesta. Veinticinco años y por fin la casa totalmente nuestra, ¡Qué deprisa pasa el tiempo!, ¡Parece que fue ayer!.

El mayor se largó de Erasmus y cuando vuelve decide que no se puede vivir en casa de los padres y se va a vivir a un piso compartido. En cambio la niña no tiene pinta de quererse ir de casa, pero tampoco es cosa de verla morreándose con el novio en el salón, porque una cosa es que lo sepamos, y otra que consintamos. Así que “redecora tu vida” que dice IKEA, el antiguo garaje vuelve a tener una nueva transformación, una pared luce una preciosa litografía naïf iluminada con luz indirecta de ovejitas pastando y un cielo con nubes, mientras en la pared opuesta, una cama de matrimonio, con muchos cojines, no trata de disimular en exceso la utilidad de la habitación. Y entrada y salida directa a la calle. ¡Hay Manolo quien te ha visto y quien te ve! Si saliera tu padre de su tumba ¡habría que oírle!

Por fin se fue de casa la chica. Inesperadamente dejó a Juan, con el que llevaba 5 años, y se casó con un holandés que trabaja en una ONG que conoció por Internet. Está en Nicaragua trabajando en un programa de vacunación de la Unicef. Hemos cerrado los pisos de arriba. con unos Pladur hicimos un baño y un nuevo dormitorio abajo, quitando un trozo del salón y vivimos perfectamente en la planta baja. Como estoy prejubilado hay que recortar gastos y mantener toda la casa caliente es caro, además hemos prescindido de la asistenta, y María está algo torpona para pasarse subiendo y bajando escaleras constantemente. El coche volvió al garaje.

Inesperadamente volvió la niña y acompañada de una nieta, que es una preciosidad. Parece ser que el holandés le daba al frasco más de lo debido, aunque la verdad es que no sabemos mucho lo que pasó, porque ella está muy afectada y no quiere hablar del asunto. Hemos arreglado para ella y la nieta el piso de arriba.

La niña se casó nuevamente con un divorciado que tiene dos hijos. A Maria se le rompió la cadera y está en silla de ruedas, la descalcificación .Ni pensar en subir escaleras, por otra parte, el piso de arriba la conservamos para los fines de semana, en que nuestra hija viene a casa. A su marido los días de fiesta le tocan hijos y esos chicos no aceptan ni a mi hija, ni a la nieta. Ahora el coche es una fregoneta preparada para que pueda subir a Maria por el portón trasero. La tengo aparcada delante de la casa, en una plaza de inválidos que nos puso el ayuntamiento, porque en el garaje duerme una mulata que a cambio de la cama, nos acompaña por la noche y prepara la comida. He descubierto a mi edad que los frijoles son riquísimos.

Murió Maria. Mi hija me dice que no viva solo, que estoy perdiendo la memoria, que me vaya a su casa o a una residencia cerca de ella. lo que prefiera. Pero esta se mi casa y me cuesta dejarla, es verdad que a veces voy a la cocina y no se a que iba, pero estas paredes me ayudan a recordar mi vida, cuando los niños eran pequeños y María estaba aquí y además no me encuentro solo, si miro por la ventana veo en el jardín la sombra alargada de los dos cipreses y noto que me hacen compañía.


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